Su original dieta se basa en la completa supresión de los glúcidos, denunciándolos como un peligro para nuestro organismo y causante de la falta de energía y de la obesidad. Esta dieta deja en el olvido el papel preventivo contra el cáncer que tiene toda dieta rica en vegetales. No puede atribuirse a la glucosa, principal fuente energética y vital de todas las células de nuestro cuerpo, el calificativo de tóxico. De hecho, el mismo Atkins recapacitó sobre su dieta original y años más tarde la modificó para soslayar sus peligros, los cuales ya habían sido advertidos por grupos de científicos.

En la dieta permite sólo tomar carnes, embutidos, pescados y mariscos, huevos, quesos (no frescos), edulcorantes, todo tipo de grasa, sal y pimienta, y sin limitación de cantidad. Al eliminar la ingesta de carbohidratos se fuerza al organismo a obtener la glucosa que necesita utilizando las proteínas corporales y las grasa de reserva. Y se logra adelgazar, pero a costa de perder proteínas propias y acumular grandes cantidades de cuerpos cetónicos (productos que resultan de la degradación de la grasa corporal para obtener energía) que darán mal sabor de boca, halitosis y provocarán la pérdida urinaria de minerales. Si la concentración de estos cuerpos cetónicos en la sangre aumenta mucho se puede llegar a situaciones de grave intoxicación. 

Al ingerirse grandes cantidades de grasa perjudicaría a quienes tienen altos los niveles de colesterol y triglicéridos o colaborará a aumentarlos, agravando problemas circulatorios y cardiovasculares. Además se fuerza a trabajar al hígado y sus células degeneran convirtiéndose en glóbulos de grasa (hígado graso) paso previo a una cirrosis.