La diabetes es una enfermedad crónica que se caracteriza porque cursa con una elevación de las cifras de glucosa en sangre. Los alimentos, una vez en el aparato digestivo, son digeridos y gran parte de ellos se transforman en glucosa. Esta glucosa es absorbida, desde el aparato digestivo hasta la sangre, dónde es transportada a las células, penetrando en las mismas gracias a la acción de la hormona insulina, para ser metabolizada (o quemada)  produciéndose la energía necesaria para el mantenimiento de la vida y de la temperatura corporal, el ejercicio…

Hay 2 tipos principales de diabetes: En la llamada diabetes de tipo 1, que afecta principalmente a niños o a personas jóvenes, existe un déficit de insulina, que es la hormona que facilita el paso de la glucosa a dentro de las células. Este déficit es debido generalmente a una lesión del páncreas de tipo inmunológico. Entonces la glucosa se acumula en sangre, mientras que la célula está privada de ella. Estos pacientes necesitan obligatoriamente insulina para sobrevivir.

En la llamada diabetes de tipo 2 o diabetes del adulto ya que afecta sobre todo a personas de edad madura, hay insulina pero hay una resistencia a la acción de la misma, es decir, no es eficaz, por lo que la glucosa no puede entrar a la célula y se acumula, igualmente, en la sangre. Este último tipo de diabetes con gran frecuencia se asocia a la obesidad y mejora la resistencia a la insulina cuando el paciente disminuye de peso. La prevalencia de la diabetes en nuestro medio es de aproximadamente, el 5 %, es decir de cada 100 personas, 5 padecen diabetes. Lo que es peor, es que esta cifra está aumentando según aumentan el sobrepeso y la obesidad.  

La sintomatología de la enfermedad

Puede empezar con la triada clásica de orinar excesivamente, mucha sed y pérdida de peso, pero en la diabetes de tipo 2 a menudo los pacientes apenas tienen síntomas y se diagnostican de forma casual al realizarse una analítica rutinaria. Sin embargo, las cifras elevadas de glucosa en sangre de forma persistente son tóxicas para la pared de las arterias, para el riñón y para los ojos. Es por ello, que después de muchos años de diabetes mal controlada, en algunos diabéticos aparecen las complicaciones a largo plazo de la diabetes, con pérdida de la función renal (que puede llegar a precisar diálisis), alteraciones de la retina (que pueden llevar a la ceguera), de la conducción nerviosa y con alteraciones de las arterias de tipo arterioesclerosis que pueden producir infartos de corazón, accidentes vasculares cerebrales e insuficiente riego sanguíneo en los miembros inferiores con riesgo de amputaciones.

Sin embargo, hay que destacar que el riesgo de estas complicaciones disminuye mucho cuando se obtiene la “casi normoglucemia” es decir, cuando mediante el tratamiento dietético y medicamentoso se logra que las cifras de glucosa sean lo más cercanas posibles a los valores normales, según se ha demostrado claramente en los estudios clínicos realizados. La dieta del diabético ha evolucionado a lo largo de los años, según han ido evolucionando los medicamentos, las insulinas y su forma de administración. Atrás queda la época en que al diabético casi no se le permitía comer ningún carbohidrato. Actualmente disponemos de nuevos fármacos y nuevas formas de administración de insulina (con bolígrafos que simplifican enormemente su administración y que permiten las pautas de insulinoterapia intensificada, con 3, 4, ó 5 dosis al día) y ello permite que los diabéticos puedan comer casi igual que una persona no diabética.