La bulimia nerviosa tiene algunos aspectos en común con la anorexia nerviosa, como son los grandes atracones de comida (ataques de bulimia) y los esfuerzos posteriores de compensación con medidas drásticas como el vómito forzado, la toma de diuréticos o el ejercicio físico excesivo para evitar subir de peso. Con el tiempo estas medidas pueden resultar peligrosas. 

Se estima que la bulimia afecta a un 2% de las mujeres jóvenes de 15 a 30 años. Los alimentos que se consumen durante los ataques de bulimia son una fuente importante de calorías que además pueden contener escasez de vitaminas, minerales o fibra, por lo que los hábitos de un paciente bulímico pueden provocar desequilibrios alimenticios, por ejemplo, en los niveles de azúcar.

En un primer momento los ataques de bulimia calman el hambre y la inquietud, pero pasados unos minutos aparece malestar, un sentimiento muy fuerte de culpabilidad o vergüenza y ansiedad por miedo a haber aumentado de peso.

Entre los factores desencadenantes más importantes de esta enfermedad se encuentran la presión cultural sobre la mujer para ser delgada, el deseo por alcanzar un cuerpo perfecto, la necesidad de compensación de una baja autoestima y el miedo a ser rechazada.

Frecuentemente se asocian depresión y ansiedad. También se producen complicaciones médicas. Desde la pérdida del esmalte dental y heridas en el dorso de las manos a deshidratación y alteraciones electrolíticas graves que pueden producir arritmias cardíacas graves.

La pérdida de líquidos a causa de los vómitos frecuentes y el abuso de diuréticos puede provocar una deshidratación importante, pérdidas de potasio, lo que puede alterar el ritmo cardiaco y afectar al funcionamiento de los riñones, músculos… 

La bulimia afecta a todo el organismo, provocando alteraciones digestivas, cardiacas, genitales, óseas, renales o psicológicas, aparte del trastorno psicológico subyacente a la enfermedad.